Informe
Señal de Alerta-Herbert Mujica Rojas
25-7-2025
¡Felices mentiras de la vida peruana!
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A los peruanos encanta
mentirse a sí mismos. La mentirocracia es casi un deporte que nos congratula y
engaña todo el tiempo.
Se miente con tanta
frecuencia desde decenios ha y casi dos centurias atrás que mentiras
monumentales y perversas han estacionado sus taras en el ADN social vernáculo y
hoy pasan como verdades incólumes, por todos aceptadas y sí –ciertamente-
¡jamás puestas en tela de juicio!
Pasemos revista a
algunas de aquellas.
Somos un país soberano.
Pero el nuevo sol baila según como van las componendas internacionales que
compran las exportaciones primarias de un país bananero que no hace nada más
allá que escarbar la tierra en procura de minerales o frutos para el deleite foráneo.
Libre e independiente.
Pero no son pocas las veces en que el pueblo peruano ha visto cómo sus
funcionarios, de capitán a paje, han debido viajar largas horas, hacer antesala
y ofrecer el oro y el moro ante los reales depositarios del poder de las
transnacionales. ¿Hay que recordar cómo garantizaron los TLCs algunos
presidentes, en tiempos no muy lejanos, con su prosternación atenta en
Gringolandia, por citar un ejemplo de otros muchos?
La modernidad ha
convertido a la historia y a Clío su embajadora, en harapo inservible y en
jirones su reminiscencia para hacerlo con yerros, imprecisiones y deformaciones
inmensas. Una de las más notorias: la guerra de rapiña que ocurrió entre
1879-1883, se la llama con desverguenza “guerra del Pacífico” invento sureño
que pretendió –y casi logró- darle aureola romántica, de cruzada, a lo que fue
una expoliación y matanza en territorio peruano.
Si los historiadores
claudican y son simples loros repetidores de moldes impostados, ¿qué puede
esperarse del pueblo llano que ¡ni siquiera! sabe qué ocurrió en el decurso de
su proceso nacional?
Todo aquél que en Perú
pase de los 70 o más años es llamado por una prensa atrabiliaria de ínfima
calidad como “histórico”. Importa poco que esa “historicidad” esté basada en su
silencio cuando debió hablar o protestar o en la complicidad mediocre de ser
parte de gobiernos exaccionadores, profundamente inmorales y vendepatrias.
A mí no me convencen ni
los comerciales, ni el bombardeo mediático de unos hábiles fenicios que
pretenden demostrar que la cocina es una herramienta social. ¿Reemplazan los
cocineros a los ingenieros, médicos, arquitectos, comunicadores, trabajadores
sociales, psicólogos, astrónomos, físicos, geólogos, etc. que por miles de
miles requiere un país como el nuestro?, ¿hay millares de personas que
comprenden que la respetable carrera de cocineros demanda convicción muy
circunscrita a los elementos que la componen?
En caso de emergencia o
sismo, ¿podrá un cocinero orientar las coordenadas de salvación? En casus
belli, ¿guiará un cocinero el desplazamiento guerrero de los pueblos en
resistencia al invasor foráneo? Y apenas cito circunstancias indesdeñables como
lo muestra la historia.
El tema de la cocina es
básicamente un acápite comercial de células microscópicas que llevan bien un
negocio que vende productos en platos y cobra por los mismos con aderezos
nuevos pero, en modo alguno, actividad masiva que promueva puestos de trabajo en
gran cantidad o esperanza de boya en la tormenta de la eterna crisis económica
del país.
La mentira es un mensaje ecuménico instalado desde siempre en el ADN
social peruano. Quien no miente se arriesga a ser considerado tonto o, peor
aún, estúpido que no aprovecha la ocasión de engatusar a unos y otros.
Otro dicho reza: la mentira tiene patas cortas. Aunque, hay que agregar,
de larga duración. Especies repetidas y deformadas con el tiempo, han
persistido en su torvo mensaje de generación en generación.
Si la definición de mentira es que su carga es lejana de la verdad ¿cómo
se la asimila y repite corregida y aumentada en todos los ámbitos de la
abstrusa sociedad peruana cuyos fragmentos, más de una vez, han amenazado con
gatillar una diáspora terrible?
Los responsables de ordenar, metodizar la memoria y el documento
histórico incurrieron en pecados y se cuidaron muy mucho de obliterar verdades
y “rescatar” falsedades. ¿Cuántas calles y avenidas, parques y sitios públicos,
llevan el nombre de traidores?
La historiografía miope y selectiva, por así llamarla, contribuyó a la
edificación de falsos valores que en vida fueron delincuentes y se los
“recuerda” como probos y selectos hijos de la Nación.
Sobre el barro o el fango no se puede construir parapetos de ilustración
o limpieza. ¡Todo lo contrario! La típica costumbre peruana de justificar todo
so pretexto que “roba pero hace obra, ni es nueva y menos original, es sucia
como sus fautores!
Por tanto, a nadie asombra que los discursos demagógicos exhiban
mentiras impúdicas. La “crítica” se remite a la belleza gestual y oratoria del
emisor y el discurso. Pero una cosa es el deseo y aspiración y otra la realidad
fragorosa que vencer y derrotar.
El político sucio no aspira a construir nada, sólo tiene la mira puesta
en enriquecerse. Y con él la gorda patota de parientes, queridas, amantes,
entenados, validos, que le acompañan con los timbales y los platillos del
festejo.
De mentiras está hecho el proceso histórico del Perú. O de medias
verdades que apenas proyectan el 50% de su savia genuina. De manera que es
mejor enfrentar la cruda dureza de esta verdad al 100% que vivir sojuzgados.
Una vez más.